
Junta de Pensiones
Junta de Pensiones, fue el nombre con que Santiago Ramón y Cajal designaba a la JAE en honor a su misión primigenia y más importante. No fue un centro de dicho organismo strictus sensus, pero si una institución dentro de él. Su secretario, José Castillejo, tuvo a cargo la asignación de las pensiones auxiliado por un comité, ante el que un ponente defendía generalmente las solicitudes.
La primera pensión la obtuvo en 1907 Agustín Blánquez para estudiar el dialecto leonés. Fue una de las pocas concedidas en España, modalidad que fue desapareciendo según fue contando la JAE con centros en el país. También se enviaron delegados a congresos (hasta 1920 hubo presupuesto con tal fin y tras Ramón y Cajal, que asistió a uno en Holanda en 1907, fueron 136 personas) y a misiones especiales, se prestó apoyo a los lectores y repetidores de español en el extranjero y se dieron muchas consideraciones de pensión, con iguales prerrogativas que las normales, pero sin sueldo.
En sus años de existencia la JAE recibió 9.000 solicitudes de pensión. Sólo hubo presupuesto para conceder 1.804 (el 20%) a un número indeterminado de personas, pues algunas ganaron más de una ayuda y entre 1911 y 1927 se dieron 27 en grupo . El perfil del pensionado fue: hombre de 20 a 30 años y residente en ciudades. Eran mujeres una de cada siete becados, proporción superior a su porcentajes entre los universitarios españoles. El 90% eran maestras y muchas fueron en grupo. Fueron pensionados casi todos los grandes científicos, docentes, artistas e intelectuales de la España del momento, entre ellos el premio Nobel Severo Ochoa y otros dos nominados al galardón en ciencias.
Los primeros años el número de pensiones fue bajo (entre 36 y 70). Desde 1910, cuando el Gobierno reimpulsó el proyecto de la JAE y hasta la Primera Guerra Mundial, se superó la centena. Luego disminuyó la cifra a la mitad durante la dictadura de Primo de Rivera para recuperase tras el establecimiento de la República. La Guerra Civil terminó con la JAE y sus pensiones. La política de becas siguió luego en el CSIC.